La epigenética es la ciencia que estudia cómo los factores ambientales pueden influir en la activación o desactivación de los genes sin modificar la secuencia del ADN. A diferencia de la genética tradicional, que se centra en el código genético heredado, la epigenética explica cómo el entorno, la alimentación, el estrés o incluso el embarazo pueden afectar la forma en que los genes se expresan a lo largo de la vida.
Los avances en epigenética han transformado nuestra comprensión de la genética y la herencia. La epigenética, que significa «por encima de la genética», estudia cómo los factores ambientales pueden modificar la actividad de los genes sin alterar la secuencia del ADN. Este concepto fue descrito por primera vez en la década de 1950 por un embriólogo que hablaba de una «memoria genética» presente en los genes. Con el tiempo, los investigadores descubrieron que ciertas proteínas actúan como señales que activan o desactivan genes, revelando así cómo el entorno influye en nuestra biología. Esto es especialmente relevante para las familias que han recurrido a la donación de gametos.
La educación y el entorno parental desempeñan un papel fundamental en la activación de los genes de los niños en desarrollo. La expresión genética está influenciada por múltiples factores como la cultura, la alimentación, el clima, la salud, el nivel socioeconómico, la exposición a enfermedades, el estado psicológico de los padres y otros elementos sociales como la educación y el estilo de crianza.
Además, la forma en que se desarrolla un embarazo también influye en la expresión genética del bebé. El útero es el primer entorno donde los genes pueden ser modulados. Un estudio publicado en 2015 por Biology Group reveló que el embarazo tiene un impacto en la expresión de los genes del bebé, influyendo en su desarrollo futuro. Por ejemplo, un bajo peso al nacer puede estar relacionado con un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y problemas cardíacos en la edad adulta.
Los últimos avances en epigenética han revelado que la comunicación entre la madre y el embrión comienza antes incluso de la implantación. Moléculas presentes en el útero materno interactúan con el ADN del embrión, modulando su actividad genética. Aunque el ADN de la madre no se transfiere directamente al bebé, los componentes celulares maternos influyen en cómo se expresan sus genes. Es como si el ADN del niño fuera una serie de luces que parpadean y el entorno uterino determinara cuáles se encienden y cuáles permanecen apagadas.
Esta interacción temprana demuestra hasta qué punto el entorno materno impacta el desarrollo del bebé desde las primeras etapas. No obstante, es importante recordar que la estructura del ADN del niño permanece inalterada: los genes heredados de la donante seguirán determinando parte de sus características.
El ADN de la donante contribuye a definir los rasgos y la identidad del niño. Aceptar plenamente su bagaje genético ayuda al niño a desarrollar una identidad sana, especialmente en la adolescencia. Negar o minimizar la influencia genética de la donante puede hacer que el niño se sienta desconectado de una parte de sí mismo. Aunque no se puede predecir hasta qué punto se expresarán los genes de la donante, es fundamental reconocer que forman parte de la identidad del niño.
Los padres que han enfrentado esta realidad comprenden que aceptar la singularidad genética de su hijo no disminuye en absoluto su papel como padres ni el vínculo con él.
El niño se sitúa en el centro de un triángulo de influencias: la genética de la donante, el embarazo y el entorno en el que crece. Este modelo triangular ilustra cómo estos tres factores interactúan en el desarrollo del niño. La ciencia no puede predecir con exactitud el papel que desempeñarán la herencia genética y el entorno, pero comprender esta interacción permite a los padres aceptar y abrazar el proceso con mayor seguridad y amor.