Cuando llega un bebé, una de las primeras preguntas que surgen es: «¿A quién se parece?». La semejanza entre padres e hijos es un tema recurrente en todas las familias. En el caso de un tratamiento de reproducción asistida con donación de óvulos o esperma, es normal preguntarse sobre la apariencia física y los rasgos heredados.
Si bien es cierto que en estos tratamientos el niño no hereda el ADN de ambos padres, esto no significa que no haya ningún tipo de conexión genética ni que la semejanza con los padres desaparezca por completo.
Cuando solo un miembro de la pareja tiene problemas de fertilidad, el otro sigue aportando su material genético, lo que garantiza una conexión biológica con el bebé.
Además, es importante recordar que la genética es compleja. No siempre un hijo biológico se parece a sus padres. En muchas familias, los niños heredan rasgos de sus abuelos, tíos o primos. Lo mismo puede ocurrir en un embarazo por donación de óvulos o esperma: la semejanza no está determinada únicamente por la genética directa.
Aun cuando uno de los padres no aporta su material genético, la relación con el hijo no se basa solo en la biología. Hay varios factores que influyen en la conexión y la semejanza entre ellos:
El embarazo crea una conexión profunda entre la madre gestante y el bebé. Desde el primer latido del corazón hasta los movimientos en el vientre, la madre influye en su desarrollo y bienestar de manera directa.
La transmisión de rasgos y la conexión entre padres e hijos no dependen únicamente del material genético. Un niño concebido mediante donación de óvulos o esperma puede parecerse a sus padres tanto como cualquier otro niño nacido de manera natural. La genética es solo una parte de la ecuación: la epigenética, el embarazo, la crianza y el amor son factores igual de importantes en la formación del vínculo familiar.